Es la una de la tarde con once minutos y la luna no se ha ido. Sigue ahí plantada en el cielo como si no le importara. Desafiando al sol con una carcajada profunda. El día está claro, casi no hay nubes. Hoy la luna domina el cielo, blanca, parcial y altanera.

Que el teléfono suene como sonó ayer es la felicidad. Made me feel a little bit less alone. Y es curioso cómo funciona el mundo. Todo en perfecto balance, sin importar a quién se lleve de encuentro. Oh, the one who got away… Pero en serio, todo mi agradecimiento, todo. Listening, really listening, to you reminded me of who I really am, not this newly invented self that I’m showing around this deceiving country, and where I come from. Me acordé de la same old me de hace seis años. Gracias por eso. Me hacía falta.

Hay algunas personas que me llenan de unas ganas gigantes de reach out. Pero estoy en Francia y lo único que me queda es leer que en el sueño de alguien más yo debí haber soñado con la extensión de mis brazos. Y es cierto. Debí haber soñado una extensión oceánica de mis brazos. These days (sí, como diría Bon Jovi, avísenle a Nora) I’m really pissed I’m this far away. Pero esta vez con coraje. Como la vez que odié la existencia.

Habrás de disculpar, pero esque ya no hay dolor en mi vida. Fue remplazado por una indiferencia metálica. Pero eso sí, tiene rendijitas para poder ver.

Ganan las libretas.

Nunca antes había pensado tanto en los sonidos. Hace poco noté como una puerta azotada no necesita de estructura sintáctica ni buena ortografía para expresar hartazgo. Y causar muchas cosas. Pero ya no estoy pensando en eso. Pienso que me alegra tenerme de regreso. También pienso en el olor de la lavanda y el coco y que los olores son tan importantes para mí. Y ayer pensé en la regadera y mis pies multiplicados y lo incómodo del botón para que salga el agua y lo reducido del espacio y lo reconfortante del vapor. Y estoy segura de que algo soñé sobre el asunto pero los jueves tengo clase a las nueve de la mañana y ya se sabe que así no se puede.

Detesto a la gente que finge interés. ¿Para qué? ¿Porqué no mejor decir, “Mmm...la verdad no me gusta mucho la guerra civil española” o “Nunca han sido mi pasión los procesos de apareamiento de las cucarachas de Madagascar”? Es casi tan humillante como fingir un orgasmo. Excepto que siempre, sin excepción, distinguir la falta de interés de alguien es exageradamente fácil. Se ponen su sonrisa gigante, estúpida, falsa y amable. Se la ponen con toda la desvergüenza de quien se prueba los desodorantes en el supermercado para saber a qué van a oler sus axilas. Con esa desvergüenza se la ponen. Lo peor de todo es que no se les puede decir nada porque la sonrisa, al final, es amable.

Aún le tengo un miedo, muy absurdo (pero miedo), a la obscuridad y a las ventanas. Tanto así que siempre volteo para asegurarme que no hay nadie que anda por ahí. Si fuera parcialmente lo contrario y estuviera plagado de letras y nombres propios, podría ser reconfortante.

Me encanta el ruidito casi imperceptible que hace mi artificial agua de horchata. Más allá de eso, o sea, por donde está mi lap top, tengo unas ganas tremendas de transgredir géneros. Fiebre de las vacuas locas, creo que le dicen. Y todo gracias a mi maestro de literatura española que acuñó una frase que exige ser escrita aquí: “Renarrativización. Es una palabra horrenda. Y además no existe”.